sábado, 27 de septiembre de 2008

Imagen, arte y guerra

El suplemento Babelia del periódico El País publica un interesante recorrido histórico de la relación entre el arte, la imagen y la guerra. Desde el arte de la guerra como exaltación de nacionalismos y heroísmos, pasando por el punto de inflexión que representó los Desastres de la Guerra de Goya -primera vez que se presenta a la guerra sin la clave épica-, hasta la propaganda e imágenes mediáticas. Aquí un fragmento del reportaje:
La guerra acompaña a la humanidad desde siempre. No por ello deja de ser una experiencia extrema. Del mismo modo que hace saltar las costuras de la sociedad y que pone al límite a las personas, también hace saltar las costuras del arte y le enfrenta con los mayores interrogantes. Los dos ejemplos anteriores contienen presunciones que afectan a la esencia del arte. Primera: el arte y la belleza no son incompatibles con el mal. Segunda: el arte no es garantía de verdad ni de conocimiento, puede ser un instrumento de ocultación. Cuestiones que en situación de guerra adquieren toda su radicalidad. Por eso es tan compleja la relación entre la guerra y el arte.

Durante la mayor parte de la historia, el arte de guerra ha sido de conmemoración, de exaltación, de mitificación. Un arte fundamentalmente político, alejado de la cruda realidad del combate, que trataba de atemperar u ocultar la dura experiencia de la guerra con la exaltación de los héroes, la magnificación de las victorias, la consagración de reyes y emperadores, el enaltecimiento de las patrias. Aunque a partir del Renacimiento empieza a abrirse el ojo crítico, hay coincidencia en señalar a los Desastres de la guerra de Goya, creados entre 1810 y 1816, como una de las primeras representaciones de la guerra que abandona la clave de lo heroico. Y sólo en el siglo XX, con las guerras de masas, empezarían a adquirir verdadero protagonismo el soldado raso, el ciudadano anónimo y las víctimas civiles. De modo que, en cierto sentido, el arte de la guerra es un arte propio del siglo XX, que no en vano ha sido uno de los siglos más sangrientos de la historia y que ha visto además cómo las víctimas civiles de los conflictos bélicos crecían exponencialmente al tiempo que disminuían las víctimas uniformadas. Y, sin embargo, costará mucho que la crueldad y la sordidez del campo de batalla encuentren expresión por la vía del arte.

Con los ciudadanos, llegan a la guerra los medios de comunicación de masas. La representación de la guerra ya no es monopolio de pintores y escultores, entran en escena sucesivamente la fotografía, el cine y todo el aparato audiovisual. La imagen adquiere toda su potencialidad. El protagonismo de los géneros periodísticos será fundamental. Las imágenes de la guerra llegarán directamente a la sala de estar de los ciudadanos. El caso de la guerra de Vietnam marca un antes y un después, porque los efectos devastadores en la opinión pública de las imágenes del campo de batalla hicieron que la derrota de Estados Unidos no fuera sólo militar sino moral. El poder de la imagen -reforzado por la posibilidad de su reproducción indefinida- y su penetración en el interior del espacio privado del interior de las viviendas son una doble novedad del siglo XX que incidirá de modo decisivo en la relación entre arte y guerra. El proceso es complejo: si en un principio las imágenes generan indignación moral y rechazo de la guerra, la multiplicación de las mismas conduce a menudo a su banalización. Y al mismo tiempo, la insaciabilidad del consumo de masas induce a una escalada que Michela Marzano ha llamado horror-espectáculo, que hace difícil la distinción entre realidad y ficción.

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